miércoles, 10 de agosto de 2011

Mediocridad e Hipocresía


El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño.

 Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí.
El hombre mediocre es una obra de José Ingenieros, publicada en el año 1911. La obra trata sobre la naturaleza del hombre, la cual el autor divide principalmente en dos categorías: El hombre mediocre y el idealista

Este es un artículo que recompila partes del libro de José Ingenieros que se llama El Hombre Mediocre; el libro hace un crítica muy extensa a la sociedad y distingue a varias clases de individuos dentro de la sociedad.

En este caso quería rescatar unos fragmentos en especial donde se habla de la hipocresía.
La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los escrúpulos de los hombres incapaces de resistir la tentación del mal. Es falta de virtud para renunciar a éste y de coraje para asumir su responsabilidad. Es el gusano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira: como esos árboles cuyo ramaje es más frondosa cuando crecen a inmediaciones de las ciénagas.

“[…] Los hombres rebajados a la hipocresía tienen la certidumbre íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles.”
El mismo comienzo del capítulo nos deja ya pensando en lo bajo en que puede caer un hipócrita en la sociedad; lo profundo que debe vivir. Ojo que se habla de la gente que tiene la hipocresía como su estilo de vida y no de los que dicen alguna mentira inocente alguna vez. 

Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra. ¿Quién de nosotros no se ha visto envuelto en una situación donde se da cuenta que la conversación misma es una farsa? ¿Conversaciones vanas que solo tienen como fin la competencia social entre sus participantes? ¿Cuántas personas de una gran fiesta deben fingir simpatía entre sí para que la fiesta no se desmorone frente a la verdad? Estas preguntas retóricas tan tristes no son más que alimento para la angustia…

El hipócrita suele aventajarse de su virtud fingida, mucho más que el verdadero virtuoso. Pululan hombres respetados en fuerza de no descubrírseles bajo el disfraz; bastaría penetrar en la intimidad de sus sentimientos, un solo minuto, para adertir su doblez y trocar en desprecio la estimación.

“[…] Triunfa sobre los sinceros, toda vez que el éxito estriba en aptitudes viles: el hombre leal es con frecuencia su víctima. Cada Sócrates encuentra su Mélitos y cada Cristo su Judas.”
Esta última parte me parece extremadamente deplorable, porque sin duda es injusto que muchas veces las personas consigan éxitos por méritos viles y desleales. Esto nos molesta más a los que tratamos de hacer méritos propios.

Otra parte dice: “La juventud tiene entre sus preciosos atributos la incapacidad de dramatizar largo tiempo las pasiones malignas; el hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está ya viejo, irreparablemente. Sus heridas son tan imborrables como sus canas. Y como éstas puede teñirse el odio: la hipocresía es la tintura de esas canas morales.”

Esto nos da otra forma de entender al hipócrita. Nos lo deja ver como alguien que ya no puede o quiere borrar sus odios.

“Sin fe en creencia alguna, el hipócrita profesa las más provechosas, por preceptos que entiende mal, su moralidad parece un pelele hueco; por eso, para conducirse, necesita la muleta de alguna religión. Prefiere las que afirman la existencia del purgatorio y ofrecen redimir las culpas por dinero.”
Esto puede, al parecer, explicar la existencia de religiones masivas que sólo se basan en el dinero y en las falsas esperanzas.
Cito algunos fragmentos más:

“Los hipócritas ignoran que la verdad es la condición fundamental de la virtud . Olvidan la sentencia multisecular de Apolonio: “De siervos es mentir, de libres decir la verdad”. Por eso el hipócrita está predispuesto a adquirir sentimientos serviles. Es el lacayo de los que le rodean, el esclavo de mil amos, de un millón de amos, de todos los cómplices de su mediocridad.”

“[…]Con mirar ojizaino persigue a los sinceros, creyéndolos sus enemigos naturales. Aborrece la sinceridad. Dice que ella es fuente de escándalo y anarquía, como si pudiera culparse a la escoba de que exista la suciedad.”
“El disfraz sirve al débil; sólo se finge lo que se cree no tener
[…]”La Bruyére escribió una máxima imperecedera: “En la amistad desinteresada hay placeres que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres“.

Estas dos últimas frases me parecen claves. La primera nos da un motivo a las mentiras que profieren los hipócritas de manera constante. Se creen débiles y menos que el resto.
Hay en el libro una conclusión a este tema:

No tiene límites esta escabrosa frontera de la hipocresía. Celosos cantones de las costumbres, persiguen las más puras exhibiciones de belleza artística. Pondrían una hoja de parra en la mano de la Venus Medicea, como otrora injuriaron telas y estatuas para velar las más divinas desnudeces de Grecia y del Renacimiento. Confunden la castísima armonía de la belleza plástica con la intención obscena que los asalta al contemplarla. No advierten que la perversidad está siempre e n ellos, nunca en la obra de arte.

El pudor de los hipócritas es la peluca de su calvicie moral
Espero que saquen de esto sus propias conclusiones……… Date pues……¡ por ahí nos vemos…!      


(*) Licenciado en Comunicación Social
Mención Desarrollo Social
Director emisora Océano 91.1 fm
                                                                                                   E-mail: marval_29@hotmail.com

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